Quietud
El pueblo está desierto, perezosamente enhebrado
en su gris abrigo de silencio.
Taciturno acoge el lento tañir
de la campana que, sordo, no desplaza
la pesada atmósfera de mediodía.
Al ocaso, la brisa quieta
al fin, se posa dulcemente
en la bahía, donde el sol resbala
en un mar a tiras verdes y azules,
dibujando siluetas de barcos
y velas inmóviles, sobre el fondo rojo
de tu última pintura.
A lo ancho del poniente al levante,
un último rayo acaricia las olas
y luego esparce con su abanico de luz,
huyentes y majestuosos golpes de oro.
El ojo vuela de la ola al árido risco
mientras alguien, en su corazon, ya piensa
en la niebla, en lo fresco del otoño,
en la eterna y humana esperanza
de un porvenir mejor que el de hoy.
La mirada observa degustando encantada
aquel horizonte beato, mientras resbala
con el sol en la profunda garganta del ocaso.